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domingo, 26 de octubre de 2008

Chus Gutiérrez da la cara por el cine español «No me veo como una especie de «guerrillera social»»

Gutiérrez, a la izquierda, con algunos de los actores del filme
ICAL




FÉLIX IGLESIAS
VALLADOLID. El reencuentro de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) con el cine español ya se consumó el viernes en la gala inaugural de su 53 edición con la presencia de actores y directores como Imanol Arias, Candela Peña, Carmelo Gómez, Gonzalo Suárez, Goya Toledo, Carlos Saura, entre otros. Ayer, en la primera jornada a competición, dos películas patrias -una en coproducción- reafirmaron el beneplácito que el nuevo director del festival, Javier Angulo, está dispuesto a desplegar para con la producción nacional.

Bien es verdad que Valladolid es especialmente exigente con el cine español, pero cuando se ha entregado catapultó a directores como Iciar Bollaín o Fernando León de Aranoa. Ejemplo de esta difícil relación es el dato de que el primer filme español con una Espiga de Oro a la mejor película fuese «14 kilómetros», de Gerardo Olivares, que lo recibió el año pasado, tras 51 años de certamen.

Así las cosas, abrir la sección oficial con dos películas españolas no deja de ser toda una declaración de intenciones. Otra cosa es lograrlo. No parece que «La mujer de un anarquista», coproducción hispano, alemana y británica dirigida por Marie Noëlle y Peter Sehr, cuaje la papilla de ingredientes macerados en la historia de una familia desencajada por la Guerra Civil española, encarnada por Juan Diego Botto y María Valverde. A esta película no le lastra caminar por las tierras movedizas de una contienda civil, ni por el filo maniqueo de los bandos, ni en el desgarro del exilio, legítimos mal que les pese a algunos, sino los diálogos impostados y sentenciosos, la falta de dirección de actores, que parte de una elección errónea de algunos de ellos, y la rémora de la interpretación española que es la falta de vocalización.

El fluir de la historia

Por fortuna, «Retorno a Hansala», de Chus Gutiérrez, deja que la historia fluya para conmover al espectador. El propietario del tanatorio donde se depositan los cuerpos de los ahogados de la pateras que arriban a la costa, retorna el cadáver de un joven marroquí en compañía de su hermana emigrada a España. En el trayecto hasta el interior de Marruecos, el empresario español descubre la desesperanza de los jóvenes magrebíes ante el futuro, el sacrificio de sus familias en busca de un futuro (mejor, ya es otra cosa) y el coraje de los desposeídos.

Chus Gutiérrez se arma de una historia pegada a la realidad, de la humildad del observador y de un plantel de actores, profesionales y amateurs, perfectos. Además, huye como gato escaldado de los hirvientes tópicos étnicos y religiosos. Con esos elementos y postulados, «Retorno a Hansala» se convierte en una película que germina paciente, sin estirones, a la par que el protagonista, interpretado con magisterio por José Luis García Pérez, se transforma y transforma su entorno sin imposturas solidarias ni sacrificios demagógicos, como bien plantean las imágenes: la exposición en los mercadillos rurales marroquíes de las prendas de los muertos para que los familiares identifiquen a sus seres queridos y hacer negocio con la repatriación de los cadáveres.
La directora Chus Gutiérrez presentó ayer su última película «Retorno a Hansala», donde plantea la tragedia de la emigración africana al continente europeo. Sin frialdad, ni demagogia, la realizadora andaluza apuesta por las personas frente a los discursos. En este sentido, afirmó ante la prensa que «no me veo como una especie de «guerrillera social», pero es que el cine nos permite abrir ventanas al mundo y mostrar historias y personajes». A la vez que definía su trabajo como «una película cargada de vida y que sobre todo habla de la dignidad humana», permitiéndole comprobar que «la vida es igual en todos lados, y que todos tenemos los mismos sueños».
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