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miércoles, 5 de noviembre de 2008

China: magia en su economía y en el cine

Usted y muchos otros pudieran pensar que soy de la edad de las cavernas o que en mi infancia jugaba futbol con piedras y que jineteaba dinosaurios bebés; en fin, que dato de tiempos inmemoriales y que por tanto yacen en la oscuridad del tiempo. Tampoco he de presumirle que soy de los noventa; en todo caso apelando a su benevolencia le permito que calcule mis ayeres, sin que tampoco se vaya tan grande, pero no sea muy condescendiente; o como nos sugerían a los maestros en una escuela secundaria al calificar a los alumnos: “favor de usar la parsimonia”, que interpretábamos como un “ni muy muy, ni tan tan”.

Recurro a mis antecedentes históricos para platicarle cuando, arrastrado por el ímpetu juvenil e impulsado por la incontenible vorágine estudiantil, irrumpíamos en las salas cinematográficas de la localidad para ir a las “vistas” y observar las hazañas de Bruce Lee, que nos dejaba atónitos, estupefactos, perplejos, boquiabiertos y alelados. Engullíamos las escenas en que con sus acerados dedos y filosas uñas sacaba las entrañas de los adversarios con todo y amebas, oxiuros, solitarias y demás flora y fauna desarrollada en sus adentros por el hipófago enemigo, que contrariaba las arraigadas costumbres alimenticias orientales. Lamentablemente en aquellos tiempos no existían normas oficiales que obligaran a los productores a incluir en sus obras advertencias a la audiencia de que esos lances no se podían practicar en la casa con la abuelita, con el hermano menor o con la sirvienta y mucho menos en la calle. Como consecuencia hubo infinidad de descalabrados, fracturados, conmocionados, manirrotos, desmayados, destripados y hasta muertos, que intentando emular a nuestro héroe dejábanse caer de un quinto piso; con el canto de la mano pretendían destruir diez ladrillos de un golpe; pateaban paredes, o querían volar. Nadie, nadie les dijo que cuando Bruce volaba de un árbol a otro con alturas hasta de veinte metros, era gracias a lo que la cinematografía contemporánea llama “efectos especiales”.

Fue así como quedó al descubierto la magia, la habilidad, la creatividad, pero también las mañas de los chinos en la realización de sus películas (aunque ya conocíamos lo malora que eran desde que inventaron la pólvora). Así cayeron de nuestra gracia, al enterarnos de que volar sin alas y saltar hasta diez metros sin “brincolines” eran puros cuentos chinos y que el personaje era tan vulnerable como cualquiera, claro con sus reservas, puesto que el secreto desvelado no les quitaba lo experto en artes marciales y con todo y que eran humanos, a usted y a mí juntos o separados, en un santiamén nos hubieran dejado mínimo chimuelos.

Por desgracia Bruce murió muy joven y respecto de las causas de su desaparición física, han surgido las más variadas teorías: que fue la CIA, que el FBI, que la mafia china, etc. Al malogrado artista le siguieron otros que no descollaron, pero quien lo igualó fue Jacky Chan, que con tecnología más avanzada supera sus tretas al grado de que grita a sus contrincantes -cual mexicano enmezcalado- “ahora sí vengánseme, pero de treinta en treinta” y en menos que canta un desplumado gallo, deja un tiradero de desnucados, empinados, anudados, ahorcados, deslenguados, desmembrados y desmiembrados. Al llegar la policía -aunque sea la china-, aterrorizada los cuenta y no se explica qué ejército fue capaz de aniquilar a los doscientos desparramados. Como en todo, el cine mexicano intentó emular a los ojirazgados. Sólo que de los karatekas nacionales, el que no se descuadriló, se desrodilló, se le votaron los juanetes, se le quebraron los espolones, se le recrudeció el pie de atleta; quedaron sambos, derrengados, jorobados, vizcos, trastornados y demás. Si a esto se le agrega el escarnio de los cinéfilos al mirar los remedos de patadas voladoras, los ridículos golpes marciales, los lastimeros y afeminados gritos; mejor suspendieron esas series y continuaron con Mario y Fernando Almada, Miguel Ángel Rodríguez, Jorge Reynoso y otros que disparan, disparan, disparan y nunca se les agota el parque. Volviendo con los chinos, fíjese que la magia y el malabarismo utilizado en sus creaciones lo han transportado a la economía (no por eso son ya la primer potencia mundial), puesto que se han extendido en el orbe y no se diga en la República Mexicana, ya que en el último rincón de ella encuentra docenas de locales y hasta tianguis completos donde lo mismo le venden a usted, a su familia, para la oficina y en general para el hogar. Están diseminados gracias a la habilidad que tienen para llegar a los lugares más recónditos y distribuir sus artículos, aunque para eso tengan que burlar hasta cuarenta y siete puestos revisores. ¿Será la magia de ellos o la de los aduanales para desaparecer los billetes ofrecidos?


Fuente: http://www.elsiglodedurango.com.mx

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