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domingo, 7 de diciembre de 2008

Adiós al cine mudo

6 de diciembre de 1933. Después de «El cantaor de jazz» (1927) el cine mudo, también llamado entonces silencioso, fue languideciendo hasta desaparecer. El cineasta y crítico Rafael Gil escribió este nostálgico artículo el año en que dejaron de proyectarse películas mudas en las salas madrileñasDisminuir tamaño del textoAumentar tamaño del texto


En «Tiempos modernos» (1935), Chaplin reivindicaba el cine mudo, pese a las concesiones al sonoro que tiene el filme

En Madrid, durante la presente temporada, no funciona ningún «cinema» mudo. Tras las pantallas de todos los cinematógrafos se han colocado altavoces que, con más o menos naturalidad, se encargan de suministrar música y voz a las imágenes antes silenciosas. Durante la presente temporada, los tres o cuatro únicos «cines» mudos que existían perdidos en las más oscuras callejuelas han desdeñado su pasado, su tradición gloriosa de «pionniers» de un arte y anuncian ahora en sus carteles-programas «por completo hablados en castellano». Las expediciones africanas, filmadas en Hollywood y explicadas en «chileno», han sustituido a las antiguas películas cómicas; la sonrisa de un «chansonnier», al gesto inocente del «cow-boy», y la belleza madura de una veterana de nuestro teatro, a la ingenuidad de cualquier muchacha rubia del Oeste.

Todo esto, a primera vista, parece carecer de importancia. Aparentemente significa un nuevo triunfo del progreso y de la evolución, que poco a poco va ensanchando el radio de sus conquistas. Pero, en realidad, su significación es bien distinta. El hecho de que durante la actual temporada no exista en Madrid ni un solo local dedicado a la exhibición de «films» silenciosos, quiere decir que hemos perdido un arte que tenía perfiles propios y medios de expresión característicos.

Tal vez parezca esta afirmación algo impremeditada. Pero no lo es. Para convencerse, basta con recordar que el cine es un arte magnífico, explotado por unos comerciantes más magníficos aún. Teniendo esto en cuenta, es muy fácil comprender por qué está llamado a desaparecer en España un arte que, como el cine mudo, no encuentra mercados donde satisfacer las ansias comerciales de sus explotadores. Por esto, poco a poco, las copias de los «films» silenciosos van abandonando la Península para volver a su país de origen, creándonos un gran problema con su ausencia. A la par, precisamente, que les crean otro no menor a los productores, que no saben qué hacer con los millones y millones de metros de celuloide que les devuelven. «¿En qué emplearemos el celuloide que impresionamos sin ruidos?», se preguntan los productores cinematográficos, especialmente los de Hollywood. «Cualquier cosa menos intentar explotarlos», piensan, sin duda. (...) Las películas se hacen viejas a los pocos años, y el público las rechaza. Lo más que pueden hacer, por tanto, es guardar una sola copia de los «films» más famosos —no de los mejores— en el más apartado rincón de los almacenes. ¿Y las demás copias? Las demás copias las venden al peso o las emplean para alimentar hogueras monumentales.

Pero, si se tomaran la molestia, en esos rollos de celuloide encontrarían las primeras películas de Griffith, los grandes triunfos de Douglas Fairbanks y Buster Keaton, los antiguos «films» de Ince, Lubitsch y Vidor, y el esfuerzo de algunos precursores cinematográficos, que, en unos metros de cinta introducían más innovaciones que muchos de nuestros actuales genios en varios kilómetros de negativo. (...)

El cine como arte
Dispongámonos, por tanto a dar el adiós al «cine» mudo. Para hacerlo, podíamos escribir unas cuantas páginas líricas. Hablar de los recuerdos de nuestra niñez, de las antiguas barracas y de sus cartelones chillones, de los románticos héroes del Oeste y de la zozobra que producían en nuestro ánimo las interrumpidas series de aventuras. Hablar, en fin, de todas aquellas cosas, ya desaparecidas y remotas, que formaron el ambiente de nuestra infancia. Pero no lo hacemos. No nos ocupamos de nada de esto, porque, en verdad, no pasa de ser literatura. Literatura que, si nos descuidábamos un poco, podía resultar hasta cursi. Y nosotros, en contra de la opinión de los productores, tenemos demasiado buen concepto del «cine» mudo para exponerle a correr ese riesgo.

Por esto, en vez de terminar el artículo con una estéril lamentación, lo terminamos rogando a los distribuidores de películas extranjeras que aún tengan en su poder algún buen «film» silencioso, que no olviden, aunque sólo sea por una vez, que el cine, además de ser industria, es arte. Si en realidad no logran olvidarse de esto, tenemos la seguridad de que dejarán en España esas películas que, si bien es verdad no han de proporcionarles el dinero que las actuales bandas parlantes, les conservarán un prestigio que cada día se aleja más de ello.

Fuente: ABC.es

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